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Ser espectador de teatro es asumir formar parte de una zona oscura (en general), heterogénea y desconcertante (siempre) sin la cual el hecho teatral no puede existir como tal. Ser espectador es sumergirse de lleno en lo que Alain Badiou (2009) llama la singularidad del acontecimiento, de la reunión...
Ser espectador de teatro es asumir formar parte de una zona oscura (en general), heterogénea y desconcertante (siempre) sin la cual el hecho teatral no puede existir como tal. Ser espectador es sumergirse de lleno en lo que Alain Badiou (2009) llama la singularidad del acontecimiento, de la reunión de componentes heterogéneos que sucede ante nosotros. Ser espectador es comprometerse con un convivio, lo que Jorge Dubatti (2007) entiende como un encuentro de presencias en una encrucijada espacio-temporal. Ser espectador de teatro es compartir una experiencia particular del tiempo: la de lo efímero, la del instante -siguiendo aquella figura pensada por Roland Barthes (2005)-, la de la imposibilidad de capturar aquello irrepetible que, sin embargo, vive -y muere- en cada función repetida. El teatro ineludiblemente interpela en la medida en que es encuentro con otros y encuentro con lo otro. Podemos pensar, también, el teatro como un encuentro de temporalidades: un encuentro del presente con el pasado, con las proyecciones del futuro o un encuentro del presente consigo mismo. Una de las posibles formas que adquiere el encuentro de temporalidades es la práctica dramatúrgica de reescritura. Al pensar en esta palabra nos introducimos, desde la invitación del prefijo re‐ (y una de sus acepciones: la repetición), en la problemática del tiempo y la escritura: ¿cómo dialoga lo que se escribe en el presente con el pasado? ¿Cuál es la necesidad de volver a escribir, de repetir, decir otra vez lo que ya fue dicho?. En teatro, la repetición resulta, al mismo tiempo, atributo fundante y paradoja: las funciones se reiteran dos, diez, cincuenta veces para públicos distintos y, aun así, cada puesta en escena vuelta a hacer es única e irrepetible. Esta particularidad inaugura la pregunta acerca de la reescritura como condición específicamente teatral: si el teatro es esa tensión entre lo repetido y lo irrepetible, si en definitiva toda puesta teatral es reescritura, los trabajos que eligen el procedimiento dramatúrgico de reescribir enfatizan esta particularidad del teatro.